jueves, 16 de febrero de 2017

CUANDO MUERE UN HIJO



Pocos acontecimientos podemos imaginar tan desgarradores como la muerte de un hijo. Es un hecho impensable, que va en contra de la naturaleza. Los hijos deben sobrevivir a los padres, por ley natural. Esta idea está fuertemente arraiga en nosotros. Es por esta razón, entre otras, que sea particularmente complicado sobreponerse a una pérdida tan importante en la vida desde el punto de vista de ser madre, padre, pareja… Y es por este motivo por el cual no existe una palabra para designar a una madre o a un padre que ha perdido un hijo, aunque si las haya para hablar de personas que han perdido a sus padres (huérfanos) o mujeres que han perdido a sus maridos (viudas). Parece como si no hubiera manera de nombrar el horror de semejante experiencia.
Cuando un niño muere se abre un proceso de duelo en la familia. El duelo es una serie de fases que se van experimentando ante la pérdida de un ser querido y que tienen como objetivo integrar la pérdida en la vida. Vivir con esa experiencia sin que te paralice. Cada persona puede experimentar este proceso de manera totalmente diferente a otra. La manera de expresar el dolor es algo particular e íntimo que no debe ser censurado ni criticado si no comprendido. El duelo puede complicarse dependiendo de las circunstancias de la muerte del niño si fue vio lenta o por el contrario fue producto de accidente. Normalmente es más fácil entender un fallecimiento causado por circunstancias fortuitas que no implican que nadie sea el culpable a que alguien deliberadamente haya hecho daño al pequeño. Las ideas de justicia y destino que tenga cada miembro de la familia pueden verse seriamente alteradas, así como la fe, si la familia es creyente.
Lo primero que suele ocurrir al conocer la noticia en un gran shock psicológico. Sobre todo si la muerte es repentina, sin poderla prever ni prepararse en la medida que se puede para ella. Es como recibir un gran golpe, un terrible impacto. Negar que algo así haya podido suceder forma parte de los mecanismos protectores del ser humano y aparecerá como algo natural. Los sentimientos de desesperanza, confusión o entumecimiento son totalmente normales y también ocurren al poco de conocer la noticia. La vida se rompe, se para, no podemos continuar con la rutina, con lo cotidiano y debemos pararnos para sentir todo lo que nos está pasando e ir asimilando la verdad. Que nuestro hijo ya no está y no volverá.
A muchas madres y padres les tortura la idea de no haber podido proteger a sus hijos, es decir, de no haberles podido salvar de ese final. Una de las funciones de la familia es defender a sus hijos de cualquier peligro y por ese motivo, aunque las causas de la muerte estén totalmente fuera del control de los padres, éstos pueden tender a culparse o recriminarse.
Poco a poco y con el paso del tiempo las emociones se van haciendo menos intensas y se va aceptando la pérdida. No hay un tiempo determinado para “cerrar” el duelo pero se estima que aproximadamente en un año se tiene que haber asimilado la situación y haber podido continuar con la vida. Esto no significa ni mucho menos que no se sienta dolor al acordarse del hijo que ya no está pero si que el dolor debe ha disminuido lo suficiente para poder continuar con la propia vida.
Hay madres y padres que buscan una respuesta para lo que les ha ocurrido, una explicación que pueda satisfacerles ante semejante desgracia. Sin embargo muchas veces no la hay sobre todo en las ocasiones en que la muerte de un hijo ha sobrevenido por enfermedad o accidente. No hay nadie a quien culpar y hay que asumir que en muchas ocasiones la muerte aparece de manera repentina y a la persona que menos se espera.
El siguiente paso, cuando las emociones son menos dolorosas, sería intentar reconstruir la vida. Un hijo es una nueva ilusión, un proyecto de vida que vive una mujer sola o con otra persona, su pareja. Ya desde el momento en que muchas mujeres se quedan embarazadas empiezan a imaginarse como será la vida cuando nazca el pequeño, que apariencia física tendrá, que ratos pasará con él, como crecerá, como será su personalidad. Toda esa nueva realidad construida con el pequeño se trunca cuando fallece, y puede afectar a la pareja si la hay.
Es por esto que hay que construir un futuro donde haya ilusión y proyectos nuevos. Crear algo ilusionante por lo que merezca la pena vivir tras la muerte de hijo
Muchas madres y padres no parecen creerse con el derecho de poder rehacer su vida después de una pérdida tan grande, pero puede hacerse. El recuerdo y el amor hacia el hijo que no está siempre estarán ahí pero la idea es que sea desde el cariño y el amor y no tanto desde el dolor. El amor permite construir algo nuevo, el dolor sin embargo paraliza y no permite continuar.
Hay parejas que se separan después de la muerte de un hijo, ya que no son capaces de comunicarse entre ellos y entender como se siente el otro. A veces uno culpa al otro de la muerte del pequeño y eso puede destrozar psicológicamente a una persona y acabar también con sus proyectos como pareja. Si la pareja tiene otros hijos, éstos pueden ser un buen motivo para volver a la rutina, hay que cuidarles, protegerles y ayudarles a entender la situación. Para eso hay que estar fuerte y muchas veces la pareja necesitará ayuda externa de familiares, amigos y en ocasiones de especialistas. Los hermanos necesitan también pasar por el duelo y situar al hermano fallecido poco a poco en un lugar donde no les cause tanto dolor.
Ojala nadie tuviera que pasar por una experiencia tan dolorosa como ésta pero aunque sea una de las mas desgarradoras que hay, la vida puede continuar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario